La experiencia de la región de Antofagasta demuestra que la desalación ya no es una opción, sino una necesidad estratégica para enfrentar la escasez hídrica. Así lo firma el consejero del CPI, Gabriel Caldés.
Lo que hace tres décadas parecía una solución futurista, hoy se consolida como una política fundamental para enfrentar la crisis hídrica a nivel nacional. Con Antofagasta convertida en la primera ciudad de América Latina abastecida en un 100% con agua desalinizada para consumo humano, la desalación de agua de mar pasó a transformarse en un pilar estructural del desarrollo en la zona norte del país.
El hito cobra especial relevancia en un contexto de sequía prolongada -el año 2023 fue el más seco desde que existen registros en la zona central- y donde la demanda hídrica aumenta tanto por el crecimiento urbano como por la expansión minera. Según cifras del Ministerio de Obras Públicas, más de 12 millones de chilenos viven hoy bajo algún nivel de estrés hídrico, y se proyecta que esa cifra aumente con el avance del cambio climático.
Históricamente castigada por la escasez de agua dulce, la región de Antofagasta apostó temprano por la desalación. La primera planta fue inaugurada en 1993, anticipándose al auge del cobre y a una duplicación de su población en solo 20 años. Hoy, la ciudad y otras localidades como Mejillones, Taltal y Chañaral ya consumen exclusivamente agua producida a partir del mar, procesada mediante tecnología de ósmosis inversa.
Para Gabriel Caldés, consejero del Consejo de Políticas de Infraestructura (CPI), el desarrollo económico de la Región de Antofagasta no habría sido posible sin la incorporación de la desalación en los procesos productivos de la minería y en el abastecimiento hídrico. “Es una realidad que ha permitido sostener el dinamismo industrial sin comprometer los limitados recursos hídricos continentales”, señala el experto.
2030, año clave para la desalación
A la fecha, Chile cuenta con 24 plantas desaladoras operativas, de las cuales el 99% se concentra en el norte, impulsadas por el sector minero y las sanitarias regionales. La Asociación Chilena de Desalinización estima que hacia 2030 el país duplicará su capacidad instalada, superando los 25 mil litros por segundo, lo que permitirá sumar ciudades como La Serena, Coquimbo y Ovalle a la red de abastecimiento con agua de mar tratada. “La experiencia de Antofagasta demuestra que la desalación no solo es viable, sino estratégica. Es una respuesta real y sostenible al desafío de garantizar agua en territorios áridos con fuerte crecimiento económico”, afirma Caldés.
El avance de esta tecnología también se alinea con los desafíos globales. En su último informe de tendencias, PwC advirtió que la minería mundial enfrenta un panorama complejo por la combinación de tensiones geopolíticas, volatilidad económica y restricciones hídricas, que presionan la operación y el desarrollo de nuevos proyectos.
En este contexto, asegurar el suministro de agua se vuelve tan crítico como el acceso a energía o capital. Caldés concluye que, en este escenario, Chile ya dio el primer paso. Con Antofagasta como ejemplo, la desalación se perfila como una herramienta central para sostener el desarrollo económico, garantizar el consumo humano y adaptarse a un escenario climático cada vez más desafiante.